La inteligencia artificial (IA) ha revolucionado la forma en que se crean y distribuyen contenidos. Sin embargo, su avance ha generado fricciones legales, particularmente en el ámbito de los derechos de autor. Dos recientes controversias reflejan la magnitud del problema: la demanda de autores y editores franceses contra Meta por el uso no autorizado de obras protegidas y la eliminación de más de 75.000 canciones deepfake por parte de Sony Music. Estos casos no solo evidencian las lagunas jurídicas que rodean a la IA generativa, sino que también plantean interrogantes sobre la sostenibilidad de la propiedad intelectual en la era digital.
El núcleo de estas disputas radica en cómo las plataformas tecnológicas están utilizando contenido protegido sin el debido permiso de sus creadores. Mientras Meta enfrenta acusaciones de haber entrenado su modelo de IA con material literario sin licencia, la industria musical se ve amenazada por la proliferación de canciones creadas artificialmente que imitan la voz y el estilo de artistas reales. Ambos escenarios subrayan la necesidad de un marco legal más robusto que garantice el respeto a los derechos de autor sin frenar la innovación tecnológica.
El 12 de marzo de 2025, tres de las principales asociaciones de escritores y editores franceses interpusieron una demanda contra Meta en el Tribunal Judicial de París. El Sindicato Nacional de la Edición (SNE), la Sociedad de Gente de Letras (SGDL) y el Sindicato Nacional de Autores y Compositores (SNAC) acusan a la compañía de haber utilizado, sin autorización, obras protegidas para entrenar su modelo de IA generativa LLaMA. La demanda sostiene que aproximadamente 200.000 libros fueron empleados en este proceso, lo que, según los denunciantes, representa una forma de “saqueo” del patrimonio cultural y creativo.
Los demandantes alegan que el uso masivo de contenido protegido para el desarrollo de IA generativa pone en riesgo la industria editorial. François Peyrony, presidente del SNAC, advierte que la IA de Meta podría generar “libros falsos” que competirían directamente con las obras originales de los autores. Esta preocupación no es infundada, ya que se han identificado casos en los que modelos de IA producen textos que imitan el estilo de escritores sin que estos reciban compensación alguna.
Este caso se enmarca en un contexto más amplio de demandas contra grandes tecnológicas por el uso indebido de datos con derechos de autor. En Estados Unidos, OpenAI y Meta enfrentan procesos similares, impulsados por escritores como Sarah Silverman y Christopher Farnsworth. La comunidad creativa exige que se establezcan mecanismos de control y transparencia sobre los datos utilizados en los entrenamientos de IA, en especial en lo que respecta a material protegido.
Mientras en Francia los autores defienden sus derechos sobre la literatura, en la industria musical la IA ha desatado una nueva batalla legal. Sony Music reveló que ha eliminado más de 75.000 canciones deepfake de plataformas de streaming, las cuales imitaban voces y estilos de artistas de renombre sin autorización. Entre los artistas afectados se encuentran Beyoncé, Harry Styles y Queen, cuyas voces han sido replicadas por IA sin su consentimiento.
El problema de los deepfakes musicales es especialmente preocupante porque permite a cualquier usuario generar canciones con la voz de un artista sin necesidad de que este participe en la producción. En muchos casos, estos temas se monetizan, generando ingresos para terceros mientras los músicos originales no reciben compensación alguna. Sony Music argumenta que esta práctica constituye una infracción directa de los derechos de autor y ha instado a las plataformas de streaming a reforzar sus mecanismos de detección y eliminación de contenido falso.
El caso de Sony Music no es aislado. En 2024, la industria discográfica presentó una demanda colectiva contra startups especializadas en IA musical, como Suno y Udio, acusándolas de haber entrenado modelos con catálogos protegidos sin permiso. Estas acciones legales buscan establecer precedentes que impidan la explotación no autorizada del trabajo de los artistas. La regulación sobre el uso de IA en la música sigue siendo un área gris, y los sellos discográficos presionan para que se establezcan normas claras que protejan tanto a los creadores como a la industria en su conjunto.
Estos casos reflejan la creciente preocupación por el impacto de la IA en los derechos de autor. En Europa, el AI Act propone regulaciones para garantizar la transparencia en el entrenamiento de modelos de IA y la obligación de documentar el origen de los datos utilizados. Sin embargo, aún existen vacíos legales sobre cómo hacer cumplir estas normativas y qué tipo de sanciones podrían aplicarse en caso de incumplimiento.
En Estados Unidos, la Oficina de Derechos de Autor ha determinado que las obras generadas exclusivamente por IA no pueden ser registradas como propiedad intelectual, pero el debate sobre el uso de material protegido en el entrenamiento de modelos sigue abierto. Las empresas tecnológicas defienden el uso de estos datos bajo el principio de “uso justo”, mientras que los creadores argumentan que esta práctica erosiona sus derechos y su capacidad de generar ingresos por sus obras.
El Reino Unido y otras jurisdicciones también están evaluando cambios regulatorios para abordar el problema. Mientras algunos gobiernos consideran flexibilizar las leyes de derechos de autor para fomentar el desarrollo de IA, la comunidad artística y editorial insiste en que se implementen salvaguardas para evitar la explotación indiscriminada de contenido protegido. La pregunta clave es cómo encontrar un equilibrio entre innovación y protección de la propiedad intelectual sin frenar el avance tecnológico.
Los casos de Meta y Sony Music marcan un punto de inflexión en la lucha por la protección de los derechos de autor en la era de la inteligencia artificial. La creciente capacidad de los modelos generativos para replicar obras creativas sin autorización pone en jaque los principios fundamentales de la propiedad intelectual y desafía a los legisladores a establecer marcos normativos efectivos.
El impacto de estas tecnologías es innegable y, si bien pueden ofrecer herramientas innovadoras para la creatividad, también presentan riesgos significativos para los creadores de contenido. La industria editorial y la musical han dado los primeros pasos en la defensa de sus derechos, pero queda mucho camino por recorrer para garantizar que la IA se desarrolle de manera ética y respetuosa con la propiedad intelectual.
La regulación y la adaptación de las leyes de derechos de autor serán clave en los próximos años. A medida que los tribunales y los legisladores definan nuevas reglas, se determinará si la IA se convierte en un aliado o en una amenaza para los creadores. Lo cierto es que el debate está lejos de concluir, y las decisiones que se tomen en estos casos sentarán precedentes para el futuro de la propiedad intelectual en la era digital.