Durante décadas, los rankings globales de innovación han servido como brújula para identificar a los países y empresas que lideran la economía del conocimiento. Informes como el Global Innovation Index (OMPI) o los estudios de la OCDE han medido históricamente variables como el gasto en investigación y desarrollo (I+D), la densidad de investigadores o el volumen de publicaciones científicas. Sin embargo, estos indicadores, centrados en los insumos, no siempre explican la capacidad real de un ecosistema para generar impacto económico.
Invertir miles de millones en ciencia no garantiza resultados tangibles en forma de productos, servicios o liderazgo de mercado. Lo que marca la diferencia es la capacidad de transformar ese conocimiento en activos jurídicamente protegidos y comercialmente explotables. En este contexto, la propiedad intelectual (PI), y en particular las patentes, han adquirido un rol central como métrica de competitividad.
Una patente no solo es un derecho de exclusividad: es también un indicador de la madurez de un ecosistema tecnológico. Refleja la capacidad de pasar de la investigación a la innovación aplicada, y de allí a la economía real. Por eso, hoy la densidad, calidad y alcance territorial de las carteras de patentes se utilizan como indicadores más precisos que los tradicionales inputs de I+D.
Este artículo analiza tres casos emblemáticos —Kawasaki en manufactura, Oryzon Genomics en biofarmacéutica y China como potencia geopolítica— para mostrar cómo la gestión estratégica de las patentes está redefiniendo la jerarquía de los polos de innovación en los rankings globales.
La empresa japonesa Kawasaki ha demostrado que la innovación no se limita a los laboratorios de alta tecnología, sino que también incluye la dimensión estética y funcional de los productos industriales. Su registro del diseño de la motocicleta Z1100 2026 ante la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea es un ejemplo de cómo las patentes de diseño industrial son hoy una herramienta estratégica.
Lejos de limitarse a proteger motores o chasis, Kawasaki blindó elementos visuales clave como carenados, cúpulas delanteras y paneles digitales. Esta estrategia cumple dos funciones:
La protección de estos activos garantiza que la inversión en I+D y en branding no sea erosionada por imitadores. Kawasaki muestra que incluso en la manufactura clásica, el diseño patentado es un diferenciador competitivo que influye en la percepción del consumidor y en la capacidad de escalar posiciones en los rankings de innovación. Para saber más del tema, puedes leer Z1100 2026: Kawasaki presenta el diseño final del modelo ante el registro europeo de patentes.
El caso de la biotech española Oryzon Genomics es ilustrativo de cómo las startups deep-tech dependen de la propiedad intelectual para sobrevivir y crecer en mercados dominados por gigantes farmacéuticos. Su estrategia de patentamiento es sofisticada: no solo protege compuestos químicos, sino que amplía su cobertura mediante patentes de nuevos usos terapéuticos y combinaciones farmacológicas.
Un ejemplo es su fármaco iadademstat, protegido para tratamientos oncológicos en combinación con inhibidores PD1/PD-L1, o vafidemstat, con usos en neurociencia y salud mental. Esta táctica de evergreening extiende la vida comercial de las moléculas hasta 2040 y más allá, consolidando una exclusividad de mercado prolongada.
La cartera robusta de Oryzon cumple tres funciones estratégicas:
Oryzon demuestra que la propiedad intelectual no es un complemento, sino el núcleo de un modelo de negocio en biotecnología, y que sin patentes no hay innovación escalable ni sostenible. Si quieres informarte al respecto, puedes dirigirte a: Oryzon refuerza su cartera de patentes en Australia y Europa para iadademstat y vafidemstat.
Si Kawasaki y Oryzon muestran el impacto empresarial de las patentes, el caso de China revela su dimensión geopolítica. En 2019, China superó a Estados Unidos como el mayor solicitante de patentes internacionales vía PCT, con 58.990 registros frente a 57.840 de EE.UU. (OMPI, 2020).
Este ascenso no fue casual. Responde a una política de Estado articulada en el plan “Made in China 2025”, que busca convertir a la nación en líder en sectores estratégicos como inteligencia artificial, telecomunicaciones y energías renovables. El resultado: las empresas chinas representan más del 52% de las solicitudes globales de patentes, frente al 23% de Europa y el 22% de Norteamérica.
Los protagonistas de este cambio son gigantes como Huawei, Oppo y BYD, acompañados por universidades de élite como Tsinghua. El Estado fomenta la PI mediante subsidios, incentivos fiscales y marcos legales favorables, configurando un ecosistema donde el patentamiento masivo se convierte en arma de competitividad global.
El impacto es profundo, China disputa la hegemonía tecnológica occidental, participa en la definición de estándares globales como 5G o IA y reduce su dependencia de tecnologías extranjeras en un contexto de tensiones comerciales. China ejemplifica cómo las patentes son hoy un instrumento de poder blando y duro al mismo tiempo: consolidan liderazgo económico y otorgan influencia política en la gobernanza tecnológica global. Si quieres saber más, puedes leer tiemblan las potencias: China desplazó a un poderoso país europeo del ranking de los más innovadores.
Los tres casos analizados reflejan una verdad común: la gestión estratégica de las patentes es hoy determinante para el liderazgo en innovación. Kawasaki enseña que incluso en sectores industriales tradicionales, el diseño protegido puede ser la clave para diferenciarse y escalar posiciones. Oryzon revela que las startups deep-tech dependen de las patentes como columna vertebral de su competitividad y financiamiento. Y China demuestra que un país puede alterar el equilibrio de poder global si convierte la propiedad intelectual en política de Estado.
Este panorama redefine la manera de medir la innovación en el siglo XXI. Los indicadores clásicos como el gasto en I+D o las publicaciones siguen siendo relevantes, pero ya no bastan. La verdadera métrica del liderazgo global reside en la capacidad de convertir conocimiento en activos de propiedad intelectual que generen valor económico y geopolítico.
Creemos que, para gobiernos el fomentar ecosistemas que integren la PI desde etapas tempranas, reducir barreras de acceso al sistema de patentes y orientar políticas públicas hacia la transferencia tecnológica. Por Para empresas: concebir la PI como parte de la estrategia central, proteger no solo productos sino también diseños y modelos de uso, y planificar carteras globales. Para startups y centros de investigación: profesionalizar las oficinas de transferencia tecnológica y construir portafolios que sirvan como respaldo para atraer inversión y generar alianzas.