La provincia de Quebec, históricamente reconocida por su empeño en salvaguardar la lengua francesa frente a la presión del inglés, ha dado un paso trascendental con la aprobación de la Ley 96 en 2022. Esta normativa, oficialmente llamada Loi sur la langue officielle et commune du Québec, le français, constituye la enmienda más ambiciosa a la Carta de la Lengua Francesa (Ley 101) desde su creación en 1977. El trasfondo de la ley está marcado por un debate identitario profundo: las estadísticas demográficas y sociolingüísticas muestran una disminución del uso del francés en ámbitos familiares y laborales, mientras que el inglés gana terreno en sectores de negocios y tecnología. Para las autoridades quebequesas, garantizar la presencia dominante del francés en todos los espacios de la vida pública es un imperativo no solo cultural, sino de supervivencia lingüística.
En este contexto, el 1 de junio de 2025 se convierte en una fecha clave, pues a partir de entonces entrarán en vigor las disposiciones que transformarán de manera directa la vida comercial de la provincia. Estas reglas, enfocadas en el uso de marcas, la rotulación exterior y el empaquetado de productos, obligarán a las empresas a rediseñar su presencia visual en Quebec. No se trata de ajustes superficiales: la ley impone que todo texto genérico o descriptivo en otro idioma aparezca también en francés, y que en letreros exteriores el francés ocupe al menos el doble de espacio visual que cualquier otra lengua. Este nuevo estándar redefine la relación entre la identidad de marca y la normativa lingüística, y plantea interrogantes de gran calado sobre la compatibilidad de estas reglas con el derecho de propiedad intelectual y con compromisos internacionales de libre comercio.
El impacto de esta regulación trasciende las fronteras de Quebec. El USTR (United States Trade Representative) ya ha señalado a la Ley 96 como un obstáculo técnico al comercio en su National Trade Estimate Report, argumentando que impone cargas adicionales a bienes y servicios estadounidenses. A nivel doctrinal, surgen debates sobre su compatibilidad con tratados como el Acuerdo sobre los ADPIC (OMC) y el Convenio de París, que establecen la protección internacional de marcas en su forma original. Al mismo tiempo, para los tribunales canadienses se reabre la cuestión sobre el equilibrio entre derecho constitucional federal sobre marcas y facultades provinciales sobre lengua y comercio.
Este artículo analiza estas tensiones con un enfoque amplio y comparado. Se repasará primero la evolución de la Carta de la Lengua Francesa y los hitos jurisprudenciales que la enmarcan. Luego se desglosarán las obligaciones específicas de la Ley 96 y sus sanciones. Posteriormente se evaluará el impacto para marcas internacionales y los problemas derivados de la traducción obligatoria. Más adelante se examinarán las fricciones legales entre la normativa lingüística y los derechos de marca, tanto en el plano canadiense como en el internacional. Finalmente, se propondrán estrategias de adaptación que las empresas globales pueden desplegar para cumplir con la ley sin comprometer su identidad comercial.

La Carta de la Lengua Francesa de 1977 fue una pieza fundacional del Quebec moderno. Al consagrar al francés como idioma oficial de la administración, la educación y los negocios, se propuso revertir una percepción de erosión cultural frente al inglés. Uno de sus aspectos más controvertidos fue la prohibición inicial de utilizar otros idiomas en la señalización pública. Sin embargo, este enfoque maximalista fue cuestionado rápidamente por los tribunales. En 1988, la Corte Suprema de Canadá, en el caso Ford v. Quebec (Attorney General), declaró inconstitucional la prohibición absoluta de idiomas distintos del francés en la rotulación comercial. Si bien el tribunal validó el objetivo de proteger la lengua, estableció que las restricciones debían ser proporcionadas. El resultado fue un modelo en el que se permitió el bilingüismo, siempre que el francés mantuviera una preeminencia clara.
Tras este fallo, Quebec reformó la ley para exigir que el francés estuviera “predominantemente presente”, abriendo así espacio a las marcas internacionales para conservar su identidad visual mientras añadían un elemento en francés. Sin embargo, la práctica mostró que muchas compañías cumplían con un mínimo de presencia en francés, a menudo relegado a un descriptor menor. En 2014, varios minoristas defendieron con éxito su derecho a usar marcas en inglés sin traducción, invocando la categoría de “marca reconocida”. La decisión confirmó que, mientras no existiera una versión francesa registrada, podían usarse marcas en inglés en letreros y empaques.
La Ley 96 rompe con ese equilibrio. Establece que no basta con añadir un pequeño término en francés; ahora este debe ser dominante en proporción y visibilidad. Asimismo, redefine la excepción de marca reconocida al exigir traducciones para todo elemento genérico o descriptivo, aun cuando forme parte del registro marcario. Este cambio no solo responde a un discurso político de reafirmación identitaria, sino también a un diagnóstico concreto: la percepción de que las reglas anteriores habían sido “vacías” en su efectividad y que la presencia del inglés seguía creciendo en la esfera comercial.
Las obligaciones de la Ley 96 marcan un punto de inflexión en el cumplimiento normativo en Quebec. Desde junio de 2025, los empaques y etiquetas deberán mostrar todo término genérico o descriptivo en francés, incluso si la marca registrada lo incluye en inglés. Esto significa que eslóganes, descripciones funcionales y menciones de ingredientes o características no podrán quedar únicamente en otro idioma. El francés debe aparecer en condiciones de igual o mayor prominencia, garantizando que el consumidor francófono comprenda el contenido del producto sin desventaja.
En el ámbito de la señalización exterior, la exigencia es aún más estricta: el francés debe ser marcadamente predominante, con reglas cuantitativas que obligan a que su presencia ocupe al menos el doble de espacio visual que cualquier otro idioma. Esto no se limita a un cálculo de tamaño de letras, sino que se extiende a la legibilidad, la iluminación y la disposición gráfica. En la práctica, incluso marcas globales de renombre, como Apple o Nike, deberán acompañar su logotipo con descriptores en francés suficientemente grandes para cumplir con la proporción 2:1.
El legislador contempló un plazo de transición hasta el 1 de junio de 2027 para agotar inventarios fabricados antes de la entrada en vigor, siempre que no exista una versión francesa registrada de la marca con anterioridad al 26 de junio de 2024. Esta medida busca evitar pérdidas inmediatas en stock acumulado, pero obliga a planificar rediseños de empaque con antelación. En paralelo, el régimen sancionatorio se ha endurecido: las multas por infracción oscilan entre 3.000 y 30.000 dólares por evento, y cada día de incumplimiento se considera una infracción independiente. Este detalle convierte la falta de adaptación en un riesgo financiero exponencial para cualquier compañía.
La Office québécois de la langue française (OQLF) será la encargada de fiscalizar el cumplimiento. Además de aplicar sanciones, cuenta con facultades para ordenar la corrección o retiro de productos y señalización no conformes. En consecuencia, el cumplimiento no es solo una cuestión reputacional, sino de riesgo regulatorio directo.

La mayor fricción para las marcas internacionales reside en la obligación de traducir componentes descriptivos de sus nombres y empaques. Aunque la ley permite mantener el nombre distintivo del producto en otro idioma, obliga a desglosar la marca para identificar y traducir sus elementos genéricos. Esto introduce un nivel de intervención sin precedentes en la integridad de la marca, que tradicionalmente se protegía en su forma original bajo el Convenio de París.
El riesgo de dilución marcaria es real. Añadir términos franceses obligatorios que no forman parte del registro puede abrir espacios para que competidores los exploten. De ahí la necesidad de registrar también las traducciones o adaptaciones estratégicas en francés. Además, la noción de “marca reconocida” sigue siendo problemática: aunque cubre tanto marcas registradas como notorias por uso, probar reconocimiento puede ser costoso y complejo, lo que coloca a las pymes en desventaja frente a multinacionales con recursos legales amplios.
Otro desafío surge con las traducciones literales inviables. Muchas marcas contienen juegos de palabras o alusiones culturales que pierden sentido al traducirse. La ley no obliga a renombrar, pero sí a acompañar con traducciones funcionales que permitan comprender el producto. Esto exige creatividad y coordinación entre marketing y jurídico, ya que una mala traducción puede erosionar tanto el atractivo comercial como la percepción de calidad.
En suma, la Ley 96 obliga a las marcas globales a repensar su estrategia lingüística en Quebec, equilibrando cumplimiento normativo con protección de la identidad marcaria. El reto es doble: cumplir con el mandato de predominancia del francés y, al mismo tiempo, preservar el valor de marca construido a nivel global.
La Ley 96 plantea un choque inevitable entre competencias federales y provinciales. Mientras que el registro y la titularidad de las marcas son materia federal, Quebec afirma que regula el uso comercial de idiomas en su territorio, lo que entra dentro de su potestad local. El problema es que en la práctica una marca registrada a nivel federal puede ver restringido su uso efectivo en Quebec si no cumple con los requisitos de traducción y predominancia. Esto podría dar lugar a litigios constitucionales por conflicto de normas.
En el ámbito internacional, la situación es igualmente delicada. El artículo 20 del ADPIC establece que el uso de una marca no debe ser injustificadamente obstaculizado por exigencias especiales, como obligarla a usarse con otros términos. Quebec puede justificar la medida como protección lingüística y del consumidor, pero las empresas alegarán que se trata de una restricción desproporcionada. El USTR ya ha advertido que podría tratarse de una barrera no arancelaria y, en un escenario extremo, Canadá podría enfrentar una disputa en el marco del USMCA/T-MEC o de la OMC.
Asimismo, el Convenio de París consagra la protección de marcas en su forma original. Obligar a añadir traducciones podría interpretarse como una vulneración indirecta de ese principio, aunque formalmente la marca original siga protegida. Aquí se abre un espacio de ambigüedad jurídica que solo podrá resolverse con práctica administrativa y, eventualmente, con jurisprudencia.
El punto neurálgico es la proporcionalidad. Quebec debe demostrar que las medidas impuestas son necesarias y no excesivas para alcanzar el objetivo de proteger el francés. De lo contrario, se expone a controversias judiciales y diplomáticas que podrían debilitar la legitimidad de su ley.

Las empresas internacionales están respondiendo a la Ley 96 con un abanico de estrategias. Algunas han optado por ajustes sutiles en su branding, como añadir un término genérico en francés de forma prominente, sin modificar el núcleo de la marca. Ejemplos como Café ›Starbucks Coffee o Les cafés Second Cup muestran cómo se puede cumplir con la ley integrando el francés en la identidad sin sacrificar reconocimiento global.
Otras compañías están desarrollando empaques bilingües unificados para todo Canadá, lo que simplifica inventarios y asegura cumplimiento. Este enfoque requiere un rediseño completo, pero a la larga es más eficiente que mantener versiones específicas para Quebec y el resto del país.
La estrategia legal también es crucial: registrar traducciones estratégicas, revisar acuerdos de coexistencia y asegurarse de que los nuevos términos franceses no infrinjan derechos de terceros. La planificación contractual adquiere relevancia: proveedores, franquiciados y socios deben estar obligados a cumplir con la ley en sus actividades comerciales.
Por último, se observa un esfuerzo creciente por mantener un diálogo preventivo con la OQLF, buscando clarificaciones antes de realizar inversiones significativas en rediseño. Este enfoque colaborativo reduce el riesgo de sanciones y demuestra buena fe en el cumplimiento.
La Ley 96 de Quebec representa uno de los experimentos más ambiciosos del mundo en materia de regulación lingüística aplicada al comercio. Su propósito es legítimo: fortalecer el francés como idioma oficial y común. Sin embargo, su implementación plantea tensiones complejas con el derecho de marcas, la libertad de comercio y las obligaciones internacionales de Canadá.
El impacto es profundo: obliga a rediseñar empaques, revisar portafolios marcarios, registrar traducciones estratégicas y entrenar equipos en nuevas prácticas de cumplimiento. Las pymes enfrentan un desafío mayor, al carecer de recursos para afrontar cambios tan amplios, lo que podría derivar en desigualdades competitivas.
La sostenibilidad de esta política dependerá de su aplicación proporcional y transparente. Será clave que la OQLF publique guías claras, que los tribunales definan criterios de interpretación coherentes y que se establezcan apoyos específicos para pymes. En paralelo, Canadá deberá gestionar con cuidado la dimensión internacional, explicando la naturaleza cultural de la medida y evitando que se perciba como una barrera proteccionista.
En definitiva, la Ley 96 coloca a Quebec en la vanguardia de la protección lingüística en el comercio. Su éxito dependerá de que logre lo más difícil: hacer convivir la defensa del francés con el respeto a la seguridad jurídica en propiedad intelectual y la dinámica del comercio global.
Durante décadas, los rankings globales de innovación han servido como brújula para identificar a los países y empresas que lideran la economía del conocimiento. Informes como el Global Innovation Index (OMPI) o los estudios de la OCDE han medido históricamente variables como el gasto en investigación y desarrollo (I+D), la densidad de investigadores o el volumen de publicaciones científicas. Sin embargo, estos indicadores, centrados en los insumos, no siempre explican la capacidad real de un ecosistema para generar impacto económico.
Invertir miles de millones en ciencia no garantiza resultados tangibles en forma de productos, servicios o liderazgo de mercado. Lo que marca la diferencia es la capacidad de transformar ese conocimiento en activos jurídicamente protegidos y comercialmente explotables. En este contexto, la propiedad intelectual (PI), y en particular las patentes, han adquirido un rol central como métrica de competitividad.
Una patente no solo es un derecho de exclusividad: es también un indicador de la madurez de un ecosistema tecnológico. Refleja la capacidad de pasar de la investigación a la innovación aplicada, y de allí a la economía real. Por eso, hoy la densidad, calidad y alcance territorial de las carteras de patentes se utilizan como indicadores más precisos que los tradicionales inputs de I+D.
Este artículo analiza tres casos emblemáticos —Kawasaki en manufactura, Oryzon Genomics en biofarmacéutica y China como potencia geopolítica— para mostrar cómo la gestión estratégica de las patentes está redefiniendo la jerarquía de los polos de innovación en los rankings globales.

La empresa japonesa Kawasaki ha demostrado que la innovación no se limita a los laboratorios de alta tecnología, sino que también incluye la dimensión estética y funcional de los productos industriales. Su registro del diseño de la motocicleta Z1100 2026 ante la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea es un ejemplo de cómo las patentes de diseño industrial son hoy una herramienta estratégica.
Lejos de limitarse a proteger motores o chasis, Kawasaki blindó elementos visuales clave como carenados, cúpulas delanteras y paneles digitales. Esta estrategia cumple dos funciones:
La protección de estos activos garantiza que la inversión en I+D y en branding no sea erosionada por imitadores. Kawasaki muestra que incluso en la manufactura clásica, el diseño patentado es un diferenciador competitivo que influye en la percepción del consumidor y en la capacidad de escalar posiciones en los rankings de innovación. Para saber más del tema, puedes leer Z1100 2026: Kawasaki presenta el diseño final del modelo ante el registro europeo de patentes.

El caso de la biotech española Oryzon Genomics es ilustrativo de cómo las startups deep-tech dependen de la propiedad intelectual para sobrevivir y crecer en mercados dominados por gigantes farmacéuticos. Su estrategia de patentamiento es sofisticada: no solo protege compuestos químicos, sino que amplía su cobertura mediante patentes de nuevos usos terapéuticos y combinaciones farmacológicas.
Un ejemplo es su fármaco iadademstat, protegido para tratamientos oncológicos en combinación con inhibidores PD1/PD-L1, o vafidemstat, con usos en neurociencia y salud mental. Esta táctica de evergreening extiende la vida comercial de las moléculas hasta 2040 y más allá, consolidando una exclusividad de mercado prolongada.
La cartera robusta de Oryzon cumple tres funciones estratégicas:
Oryzon demuestra que la propiedad intelectual no es un complemento, sino el núcleo de un modelo de negocio en biotecnología, y que sin patentes no hay innovación escalable ni sostenible. Si quieres informarte al respecto, puedes dirigirte a: Oryzon refuerza su cartera de patentes en Australia y Europa para iadademstat y vafidemstat.

Si Kawasaki y Oryzon muestran el impacto empresarial de las patentes, el caso de China revela su dimensión geopolítica. En 2019, China superó a Estados Unidos como el mayor solicitante de patentes internacionales vía PCT, con 58.990 registros frente a 57.840 de EE.UU. (OMPI, 2020).
Este ascenso no fue casual. Responde a una política de Estado articulada en el plan “Made in China 2025”, que busca convertir a la nación en líder en sectores estratégicos como inteligencia artificial, telecomunicaciones y energías renovables. El resultado: las empresas chinas representan más del 52% de las solicitudes globales de patentes, frente al 23% de Europa y el 22% de Norteamérica.
Los protagonistas de este cambio son gigantes como Huawei, Oppo y BYD, acompañados por universidades de élite como Tsinghua. El Estado fomenta la PI mediante subsidios, incentivos fiscales y marcos legales favorables, configurando un ecosistema donde el patentamiento masivo se convierte en arma de competitividad global.
El impacto es profundo, China disputa la hegemonía tecnológica occidental, participa en la definición de estándares globales como 5G o IA y reduce su dependencia de tecnologías extranjeras en un contexto de tensiones comerciales. China ejemplifica cómo las patentes son hoy un instrumento de poder blando y duro al mismo tiempo: consolidan liderazgo económico y otorgan influencia política en la gobernanza tecnológica global. Si quieres saber más, puedes leer tiemblan las potencias: China desplazó a un poderoso país europeo del ranking de los más innovadores.
Los tres casos analizados reflejan una verdad común: la gestión estratégica de las patentes es hoy determinante para el liderazgo en innovación. Kawasaki enseña que incluso en sectores industriales tradicionales, el diseño protegido puede ser la clave para diferenciarse y escalar posiciones. Oryzon revela que las startups deep-tech dependen de las patentes como columna vertebral de su competitividad y financiamiento. Y China demuestra que un país puede alterar el equilibrio de poder global si convierte la propiedad intelectual en política de Estado.
Este panorama redefine la manera de medir la innovación en el siglo XXI. Los indicadores clásicos como el gasto en I+D o las publicaciones siguen siendo relevantes, pero ya no bastan. La verdadera métrica del liderazgo global reside en la capacidad de convertir conocimiento en activos de propiedad intelectual que generen valor económico y geopolítico.
Creemos que, para gobiernos el fomentar ecosistemas que integren la PI desde etapas tempranas, reducir barreras de acceso al sistema de patentes y orientar políticas públicas hacia la transferencia tecnológica. Por Para empresas: concebir la PI como parte de la estrategia central, proteger no solo productos sino también diseños y modelos de uso, y planificar carteras globales. Para startups y centros de investigación: profesionalizar las oficinas de transferencia tecnológica y construir portafolios que sirvan como respaldo para atraer inversión y generar alianzas.
La inteligencia artificial generativa se ha consolidado como uno de los motores más disruptivos de la era digital. Su capacidad para producir textos, imágenes, música y códigos con apariencia humana ha transformado no solo la forma en que concebimos la creación, sino también las bases jurídicas que históricamente la han protegido. Modelos como ChatGPT, Midjourney o Stable Diffusion son hoy sinónimos de innovación, pero detrás de su sofisticación técnica subyace un hecho ineludible: su desarrollo depende de grandes volúmenes de datos protegidos por derechos de autor.
El entrenamiento de estas tecnologías implica la reproducción y análisis de millones de obras literarias, artísticas y científicas, muchas veces sin autorización ni compensación a los autores. Este escenario plantea una tensión de gran envergadura entre los intereses de quienes desarrollan la IA y los de los titulares de derechos que ven su esfuerzo creativo absorbido por algoritmos. La situación se agrava por la ausencia de una regulación clara y vinculante, especialmente en lo que respecta al uso de obras protegidas por IA, lo que ha generado un vacío legal cada vez más evidente.
La Unión Europea ha asumido un rol pionero al proponer marcos regulatorios, pero incluso allí persisten críticas sobre la eficacia de instrumentos como el “Código de Buenas Prácticas” propuesto por la Comisión Europea. En paralelo, países como España han puesto sobre la mesa propuestas parlamentarias más ambiciosas, mientras que en Colombia, la respuesta inicial se ha centrado en la transparencia y la protección de datos personales, dejando para una etapa posterior el abordaje integral de la propiedad intelectual.
Este artículo busca analizar, desde una perspectiva comparada, las tensiones y posibles soluciones en torno al dilema de la inteligencia artificial y los derechos de autor. A través de cinco bloques temáticos, se examinarán la historia reciente del conflicto, las críticas al código europeo, las propuestas del Parlamento, la experiencia colombiana y las alternativas regulatorias que comienzan a perfilarse. El objetivo es ofrecer un panorama riguroso y accesible sobre un debate que marcará el futuro de la remuneración justa a los autores en contextos de IA y la sostenibilidad del sistema de propiedad intelectual en la era algorítmica.

La irrupción de la IA generativa no surgió en un vacío normativo. Los sistemas de propiedad intelectual ya enfrentaban desafíos con la digitalización masiva y la distribución global de contenidos. Sin embargo, el uso de obras protegidas como materia prima para entrenar algoritmos generativos ha intensificado el conflicto. Desde 2023, autores, artistas visuales, compositores y editoriales han iniciado demandas contra empresas tecnológicas, alegando que sus obras han sido copiadas, procesadas o incluso reproducidas por sistemas de IA sin autorización.
Los desarrolladores de IA sostienen que estas prácticas están amparadas en excepciones como la minería de textos y datos (TDM) en Europa o el fair use en Estados Unidos, argumentando que la reproducción de obras en procesos de entrenamiento es meramente técnica y no constituye explotación. Sin embargo, asociaciones de autores replican que el uso masivo y comercial de sus obras desvirtúa el sentido de estas excepciones, concebidas originalmente para fines científicos y de investigación puntual.
Un hito relevante fue el informe encargado por el Parlamento Europeo en 2025, que subrayó que las excepciones actuales no fueron diseñadas para abarcar el entrenamiento de IA. Según sus conclusiones, aplicar la TDM a estos casos crea un desequilibrio estructural entre creadores y empresas tecnológicas, generando inseguridad jurídica. Este diagnóstico fue compartido por múltiples entidades de gestión de derechos, que advirtieron que la falta de claridad normativa amenaza con vaciar de contenido principios fundamentales como la autoría, la originalidad y el derecho a una remuneración justa por parte de los autores.
Así, la historia reciente demuestra que no se trata solo de un problema técnico, sino de un debate ético, económico y jurídico sobre quién debe beneficiarse del uso de obras creativas en la era algorítmica.
La Comisión Europea intentó adelantarse al vacío normativo con un Código de Buenas Prácticas sobre IA generativa, publicado en 2025. El documento recoge compromisos voluntarios de grandes empresas tecnológicas para excluir fuentes ilícitas, respetar mecanismos de opt-out y reforzar la transparencia en el uso de datos. Sobre el papel, se trata de un esfuerzo loable, pero la comunidad jurídica y cultural ha señalado tres grandes críticas.
Primero, su carácter no vinculante lo convierte en un instrumento débil. La adhesión depende de la buena voluntad de los desarrolladores, sin sanciones para quienes incumplan. En segundo lugar, los compromisos técnicos que plantea –como estandarizar etiquetas legibles por máquina para excluir obras del entrenamiento– aún carecen de protocolos claros, lo que dificulta su implementación. Finalmente, no aborda el desequilibrio económico: los creadores aportan el insumo básico –sus obras– sin recibir compensación, mientras las empresas de IA concentran los beneficios.
Este enfoque voluntario, aunque innovador, corre el riesgo de convertirse en una solución cosmética que no resuelve la raíz del problema: la falta de reglas jurídicas claras y de mecanismos obligatorios de compensación para los autores.

Frente a estas limitaciones, el Parlamento Europeo ha impulsado propuestas más ambiciosas. En 2025, el Comité de Asuntos Jurídicos presentó un informe que advierte expresamente sobre el vacío legal en la regulación IA Europa. Entre sus propuestas destacan:
Estas propuestas evidencian una voluntad política de proteger a los autores europeos, pero también plantean retos de coordinación internacional, especialmente frente a tratados como el Convenio de Berna y los ADPIC, que establecen estándares mínimos de protección.
El caso colombiano: transparencia y protección en entornos automatizados
En América Latina, la discusión sobre inteligencia artificial y derechos de autor aún es incipiente, pero Colombia ofrece un ejemplo interesante. La Superintendencia de Industria y Comercio (SIC) emitió en 2024 lineamientos sobre el uso responsable de IA, centrados en la protección de datos personales y la transparencia. Estos principios –necesidad, proporcionalidad, precaución y responsabilidad demostrada– no abordan directamente el uso de obras protegidas, pero sientan bases relevantes para la futura regulación de la propiedad intelectual en entornos automatizados.
Además, el Senado colombiano ha iniciado debates legislativos para regular la IA en el ámbito laboral y público, introduciendo obligaciones de transparencia algorítmica. Aunque el enfoque inicial se orienta hacia la privacidad, este marco podría evolucionar hacia una regulación que incluya el uso de obras protegidas por IA y mecanismos de compensación a los creadores.
Colombia, como miembro de convenios internacionales, deberá armonizar sus esfuerzos con los estándares globales. Su experiencia demuestra que incluso en contextos donde la prioridad es la protección de datos personales, la discusión sobre propiedad intelectual y remuneración justa de los autores frente a la IA es inevitable.
La solución al dilema no puede ser única ni aislada. Se requieren mecanismos combinados que incluyan:
Estas medidas, adoptadas de forma conjunta, podrían equilibrar la innovación tecnológica con la protección efectiva de la creación humana.

El dilema legal de las obras protegidas en la era algorítmica revela la necesidad urgente de reformular los marcos jurídicos de propiedad intelectual. Europa ha tomado la delantera, pero aún enfrenta críticas por la insuficiencia de instrumentos voluntarios. América Latina, representada por Colombia, está en una fase inicial que prioriza la transparencia y la privacidad, pero que tarde o temprano deberá incorporar el debate sobre derechos de autor y remuneración justa.
Los gobiernos deberán asumir la responsabilidad de actualizar las normas. Las empresas tecnológicas, adoptar una cultura de transparencia y respeto. Y los creadores, defender activamente su rol en la economía algorítmica.
En última instancia, el reto no es frenar la innovación, sino asegurar que la revolución de la inteligencia artificial no erosione el reconocimiento ni la protección de los autores. Solo mediante un marco equilibrado, que combine licencias, trazabilidad y reformas legales, será posible garantizar que la era algorítmica se construya sobre bases justas y sostenibles para todos los actores del ecosistema creativo.
La medición de la innovación global ha experimentado un giro trascendental en los últimos años. Durante décadas, los rankings internacionales —como el Global Innovation Index (GII) de la OMPI— se basaban en indicadores clásicos: gasto en I+D, número de investigadores, publicaciones científicas y solicitudes de patentes. Estos criterios reflejaban una visión lineal de la innovación, donde más insumos de conocimiento se traducían en más resultados tecnológicos. Sin embargo, el GII 2025 ha introducido un cambio disruptivo al incorporar, por primera vez, la actividad de capital riesgo como variable central en la clasificación de polos de innovación. Esta decisión metodológica reconoce que la capacidad de transformar conocimiento en empresas de alto impacto es tan relevante como la producción científica en sí misma.
El capital riesgo (venture capital) actúa como un termómetro adelantado: indica qué ecosistemas logran escalar soluciones, atraer inversores y consolidarse en mercados globales. No obstante, esta dinámica no puede comprenderse sin considerar el papel de la propiedad intelectual (PI). Los inversionistas rara vez financian ideas sin protección legal; requieren activos intangibles sólidos —patentes en biotecnología, derechos de autor en software, marcas globales en consumo— que sirvan de colateral jurídico para la inversión. En este sentido, la PI es el puente entre la investigación y la creación de valor económico, y su ausencia constituye una barrera estructural para atraer capital riesgo.
La relevancia de este cambio se acentúa en un contexto global marcado por tensiones geopolíticas y volatilidad financiera. La rivalidad entre Estados Unidos y China en inteligencia artificial y semiconductores, las políticas industriales de la Unión Europea para reducir dependencia tecnológica y la contracción del VC en 2022-2023 (con caídas cercanas al 40% según Crunchbase) han convertido a la inversión de riesgo en un recurso estratégico y escaso. Para los polos de innovación, captar VC implica demostrar no solo talento y dinamismo emprendedor, sino también seguridad jurídica en la explotación de activos de PI.
Este artículo propone un análisis estructurado en cinco bloques: la evolución de los rankings de innovación; casos emblemáticos de polos que ascendieron o descendieron; los actores clave y el rol transversal de la PI; los desafíos regulatorios y geoeconómicos que plantea esta nueva métrica; y las perspectivas futuras, más allá de las patentes, hacia un ecosistema donde PI, VC y políticas públicas convergen. La conclusión sintetiza hallazgos y plantea acciones estratégicas para consolidar polos de innovación competitivos y sostenibles.

Tradicionalmente, la innovación se medía a través de indicadores de insumo (inversión en I+D, número de investigadores) y de output tecnológico (patentes, publicaciones). Estos criterios privilegiaban la capacidad de producción científica de las economías avanzadas. Polos como Tokio–Yokohama, Boston–Cambridge o Silicon Valley dominaron durante décadas gracias a su fortaleza en patentes y universidades de excelencia.
No obstante, este enfoque dejaba de lado un elemento crítico: la comercialización del conocimiento. Podía ocurrir que un país produjera abundantes publicaciones científicas pero careciera de empresas que transformaran ese conocimiento en productos de mercado. El venture capital corrige esta limitación, ya que mide cuántas startups logran financiamiento y, por ende, cuántas ideas se convierten en negocios escalables. La OMPI justifica este cambio señalando que “el número de acuerdos de capital riesgo refleja la capacidad de un ecosistema para convertir invenciones en productos y servicios comercializables”.
Aquí entra en juego la propiedad intelectual. La comercialización no sería posible sin un marco robusto de PI que asegure derechos exclusivos a quienes arriesgan capital. Las patentes garantizan la explotación de tecnologías de frontera, las marcas consolidan la reputación de startups en mercados saturados y los derechos de autor protegen desarrollos digitales. Sin PI, el venture capital pierde su incentivo, pues cualquier innovación podría ser replicada sin control.
El paso de rankings basados únicamente en insumos a rankings que incluyen VC refleja un cambio de paradigma: del énfasis en la producción científica a la economía del intangible protegido, donde los activos de PI y el capital riesgo son dos caras de la misma moneda.
La incorporación del capital riesgo en el GII 2025 ha producido movimientos significativos en el ranking de los 100 principales polos. Algunos ejemplos ilustran cómo la nueva métrica reconfigura el mapa global:
Estos casos muestran que el liderazgo en innovación ya no depende solo de producir conocimiento, sino de capitalizarlo mediante PI y financiamiento privado.

La nueva geografía de la innovación se sostiene en un ecosistema donde interactúan varios actores:
En este entramado, la propiedad intelectual es un actor invisible pero decisivo: garantiza exclusividad, protege la rentabilidad de los inversores y articula el ciclo ciencia–mercado. Sin PI, el capital riesgo se retrae; con PI robusta, el VC se expande y acelera la consolidación de polos de innovación.
La inclusión del capital riesgo como métrica plantea varios desafíos:
Primero, la volatilidad del VC. Tras el auge de 2021, la inversión global cayó casi un 40% en 2023 (según CB Insights). Esta ciclicidad puede distorsionar rankings, premiando a polos que dependen de flujos financieros temporales. Un marco sólido de PI ayuda a mitigar esta volatilidad, pues otorga valor estructural a las startups más allá del ciclo económico.
Segundo, la desigualdad geográfica. Los 100 principales polos concentran el 70% de las patentes y del VC global. Sin marcos de PI efectivos, los países emergentes corren el riesgo de ser meros proveedores de talento o ciencia básica, cuyos frutos se capitalizan en hubs extranjeros.
Tercero, los conflictos regulatorios. En sectores como inteligencia artificial, biotecnología o energía verde, el capital riesgo se enfrenta a vacíos legales sobre protección de datos, ética y uso de algoritmos. La PI aún está adaptándose a estos nuevos campos, y su capacidad de protección determinará dónde fluye la inversión.
Finalmente, el riesgo de concentración excesiva. Ecosistemas como Shenzhen o Silicon Valley concentran tanto VC como PI que podrían monopolizar estándares globales. Para contrarrestarlo, organismos como la OCDE y la OMPI sugieren políticas que fomenten la distribución más equitativa del financiamiento y la protección de activos intangibles en regiones emergentes.

El futuro de la medición de la innovación apunta hacia un enfoque más integral. El capital riesgo ya no podrá analizarse de forma aislada: deberá entenderse en sinergia con otros indicadores de la economía intangible.
En este escenario, la propiedad intelectual adquirirá un papel aún más estratégico. No solo como colateral de inversión, sino como activo transable en sí mismo: portafolios de patentes usados como garantía de crédito, licencias de software como instrumentos financieros y marcas globales como activos negociables en mercados bursátiles. La OCDE ya discute modelos de financiamiento basados en PI (“IP-based financing”), que podrían consolidarse en la próxima década.
Además, la innovación tenderá a expandirse hacia sectores donde la PI es más compleja: inteligencia artificial, big data, biotecnología avanzada, energías limpias. Aquí, los marcos regulatorios deberán evolucionar para asegurar que el VC fluya hacia proyectos de impacto global sin perder seguridad jurídica.
En síntesis, la próxima generación de rankings de innovación podría integrar indicadores híbridos: VC + PI + sostenibilidad, evaluando no solo cuántas startups surgen, sino también cuánto valor intangible y ambiental generan.
La introducción del capital riesgo como métrica en los rankings globales de innovación marca un cambio de paradigma. Ya no basta con producir conocimiento; es indispensable transformarlo en valor económico a través de startups financiadas y protegidas.
Los hallazgos muestran que los polos que escalaron posiciones —Shenzhen, Londres, Bangalore— no solo atrajeron VC, sino que también fortalecieron sus sistemas de propiedad intelectual, convirtiendo invenciones en activos monetizables. En contraste, polos con abundante ciencia pero sin dinamismo emprendedor ni PI ágil han perdido terreno.
La principal lección es clara: capital riesgo y propiedad intelectual son fuerzas complementarias. El primero provee financiamiento y escalabilidad; la segunda garantiza seguridad jurídica y exclusividad. Sin PI, el VC es frágil; sin VC, la PI es un activo inmovilizado. Juntos, constituyen la base de la competitividad global en la economía digital.
De cara al futuro, los gobiernos deberán diseñar políticas integradas que combinen inversión en I+D, sistemas de PI robustos y atracción de capital riesgo. Las universidades deberán profesionalizar sus oficinas de transferencia tecnológica, y los inversores deberán reconocer el valor de los activos intangibles como criterio clave de decisión. Solo así se consolidará una innovación que no sea efímera ni concentrada, sino sostenible, inclusiva y globalmente competitiva.
El sistema de patentes ha sido históricamente un pilar fundamental en la protección de la propiedad intelectual, diseñado para incentivar la innovación otorgando a los inventores un monopolio temporal sobre sus creaciones. Sin embargo, en el siglo XXI, su función se ha ampliado más allá de la mera protección de invenciones técnicas. Hoy en día, las patentes se han convertido en herramientas estratégicas de diferenciación, competitividad e incluso de sostenibilidad, vinculadas estrechamente al mundo del diseño industrial y a la economía digital.
La relación entre patentes y diseño es cada vez más estrecha. La Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) ha subrayado que los derechos de diseño constituyen un motor esencial para sectores como la moda, la automoción y la tecnología, donde la forma estética de un producto es tan valiosa como su funcionalidad. Así, las patentes no solo protegen cómo funciona algo, sino también cómo se presenta y se integra en la experiencia de consumo.
Su relevancia económica es indiscutible. Un informe conjunto de la EUIPO y la Oficina Europea de Patentes (EPO)indica que las industrias intensivas en derechos de propiedad intelectual representan cerca del 45% del PIB europeo y generan más del 80% de las exportaciones de la región. Estos datos evidencian que el diseño protegido bajo un marco de patentes puede ser un motor de crecimiento y competitividad internacional.
No obstante, el panorama actual enfrenta importantes desafíos. La velocidad de los avances tecnológicos, la irrupción de la inteligencia artificial como agente creador, el auge de la economía circular y la presión regulatoria en materia de sostenibilidad exigen que el sistema de patentes se adapte a nuevas realidades. Este artículo analizará cómo las patentes y el diseño interactúan en la actualidad, abordando su evolución, casos emblemáticos, innovaciones sostenibles, tensiones legales y perspectivas futuras.

Tradicionalmente, se distinguía entre patentes de invención (centradas en la funcionalidad técnica) y diseños industriales (orientados a la apariencia). Sin embargo, las fronteras entre ambos conceptos se han difuminado. En productos como los smartphones o los automóviles, el diseño no es accesorio, sino esencial para su valor de mercado y su diferenciación competitiva.
Hoy, los portafolios de propiedad intelectual combinan distintas figuras legales: patentes para la innovación técnica, marcas para la identidad comercial y diseños industriales para la estética. El resultado es una protección integral que asegura tanto la tecnología como la experiencia visual y de uso.
La sostenibilidad ha introducido un nuevo factor de peso. Diseños que incorporan materiales reciclados, eficiencia energética o principios de economía circular se convierten en activos valiosos. En este contexto, oficinas de patentes como la USPTO y la EPO han observado un aumento en solicitudes de “patentes verdes” que integran beneficios ambientales verificables. Sin embargo, esto plantea el reto de distinguir entre innovación real y greenwashing, un fenómeno que ya está siendo objeto de litigios.
El diseño sostenible protegido por patentes representa no solo una ventaja competitiva, sino también un compromiso social y ambiental que, de no estar sustentado, puede generar consecuencias legales y reputacionales severas.
El caso del Apple Watch en Alemania es ilustrativo. Un tribunal regional de Fráncfort dictaminó en 2024 que la afirmación de Apple sobre su reloj como “primer producto neutro en CO₂” era engañosa, al basarse en compensaciones de carbono poco verificables, como un proyecto de eucaliptos en Paraguay. Según reportó Forbes México, la sentencia subrayó que el greenwashing puede constituir publicidad engañosa bajo la legislación de competencia.
Este precedente demuestra que la protección mediante patentes y diseños no blinda a las empresas frente a exigencias de transparencia. Las innovaciones tecnológicas y estéticas deben ir acompañadas de una comunicación rigurosa y respaldada por evidencia verificable.
El impacto del caso va más allá del producto: establece un estándar jurídico sobre cómo las empresas deben presentar sus innovaciones verdes. La Directiva de Empresas Sostenibles de la Unión Europea endurecerá aún más la supervisión de las declaraciones medioambientales. Así, el vínculo entre patentes, diseño y sostenibilidad será evaluado no solo en oficinas de propiedad intelectual, sino también en tribunales de competencia y consumo. Si deseas más, puedes leer un tribunal alemán considera que el Apple Watch no es un producto ‘neutral en CO2.

Un contraste positivo lo ofrece el caso del E-MAST (Energy Mast System), desarrollado por el inventor español Juan Francisco Sarmiento Medina. Este sistema, patentado en España, transforma la energía del viento y las olas en electricidad para embarcaciones, reduciendo la dependencia de combustibles fósiles.
Este sistema, protegido mediante las patentes ES202430338 y ES202430339, integra un mástil capaz de transformar la energía del viento y de las olas en electricidad para embarcaciones. El diseño incorpora generadores y elementos piezoeléctricos, lo que permite reducir la dependencia de combustibles fósiles en la navegación.
Actualmente, el inventor ha iniciado el proceso de protección internacional y se encuentra en conversaciones con astilleros europeos para su aplicación práctica. El E-MAST se proyecta como una alternativa sostenible con usos potenciales en vigilancia marina, transporte y actividades recreativas.
Su desarrollo se encuentra en fase de validación técnica, con pruebas previstas en entornos marítimos reales para evaluar su rendimiento y durabilidad. La patente asegura la documentación pública del invento y establece un marco de exclusividad en el mercado nacional e internacional. Para saber más lee un español ha patentado un mástil que transforma viento y olas en electricidad: su invento desafía al diésel en los barcos.

El sector automotriz ha utilizado estratégicamente las patentes de diseño para consolidar su liderazgo. Un ejemplo reciente es la solicitud de Ford ante la USPTO para un sistema de carpa retráctil integrada en una pick-up, analizado por El País.
Más allá de un accesorio, la patente busca proteger un diseño que integra estética, funcionalidad y eficiencia aerodinámica, lo que resulta clave en el contexto de los vehículos eléctricos y su necesidad de optimizar autonomía. La Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos (USPTO) publicó una solicitud de Ford relativa a un “sistema de refugio con plataforma desplegable”. El diseño describe una carpa retráctil integrada en el techo de una pick-up, que permite acampar sin necesidad de accesorios adicionales.
El documento técnico indica que la estructura se pliega en el mismo chasis del vehículo, con el objetivo de mantener la aerodinámica y optimizar el rendimiento, aspecto especialmente relevante en los modelos eléctricos. La solicitud se encuentra en fase de examen y forma parte de las estrategias de la compañía para diversificar su portafolio en el ámbito de los vehículos recreativos. Las patentes de diseño en automoción son, por tanto, un indicador de tendencias industriales y de cambios en la cultura del consumo. Puedes saber más del tema en la ingeniosa idea de una cámper de Ford que podría cambiar la forma de dormir al aire libre.
El análisis del vínculo entre patentes y diseño muestra un ecosistema en transformación, donde la innovación técnica y la estética convergen con la sostenibilidad, la regulación y las demandas del consumidor. Casos como el de Apple en Alemania ilustran los riesgos de declaraciones infundadas, mientras que ejemplos como el E-MAST español o la carpa de Ford evidencian el potencial de las patentes para impulsar soluciones creativas y sostenibles.
El sistema global de patentes enfrenta varios desafíos. En primer lugar, la armonización internacional continúa siendo un obstáculo: aunque tratados como el ADPIC de la OMC o el Arreglo de La Haya buscan unificar criterios, las diferencias sustanciales entre jurisdicciones encarecen y dificultan la protección a escala global. A ello se suma el debate sobre la inteligencia artificial como inventora, tema en el que oficinas como la UKIPO y la USPTO han coincidido en que solo una persona física puede figurar como autor, aunque la presión tecnológica mantenga abierta la discusión.
Otro problema es la proliferación de patentes de baja calidad, en ocasiones demasiado amplias, que generan barreras artificiales y entorpecen la innovación. Este fenómeno ha incrementado la preocupación sobre la necesidad de exámenes más rigurosos y transparentes en las oficinas de patentes. Finalmente, el acceso equitativo sigue siendo limitado, ya que los altos costos de protección en múltiples jurisdicciones resultan prohibitivos para pequeños inventores y pymes, restringiendo su participación en el mercado global de la innovación.
En el panorama contemporáneo de la propiedad intelectual, las patentes se han convertido en un pilar estratégico para la innovación y la competitividad global. Su función trasciende la mera protección de invenciones: son una herramienta de control de mercado, una carta de negociación geopolítica y un catalizador para el desarrollo tecnológico. En el entorno digital y físico, las disputas y acuerdos en torno a ellas definen la dirección de industrias enteras.
En los últimos años, la aceleración de la tecnología ha tensionado los marcos regulatorios existentes. El diseño y la funcionalidad de productos, desde dispositivos médicos portátiles hasta consolas de videojuegos, están sujetos a reclamaciones que pueden frenar lanzamientos, modificar características o incluso forzar cambios en modelos de negocio. Casos recientes como el litigio entre Apple y Masimo por la medición de oxígeno en sangre, o las nuevas patentes de Nintendo para accesorios de la Switch 2, demuestran cómo el diseño se entrelaza con las estrategias legales y comerciales.
La relevancia económica de las patentes es incuestionable. En sectores como el farmacéutico, la expiración de derechos exclusivos puede transformar radicalmente el acceso a medicamentos, reduciendo precios y ampliando opciones para los pacientes, como ha ocurrido en México con la liberación de 386 patentes anunciada por el gobierno federal. Estos movimientos no solo afectan a empresas y consumidores, sino que impactan en la planificación de políticas públicas de salud, comercio e innovación.
En este artículo se explorarán cinco ejes clave: la evolución reciente de las patentes y su relación con el diseño; ejemplos recientes que ilustran el impacto económico y social de su gestión; el papel de la tecnología y la ingeniería inversa; los retos regulatorios y geopolíticos; y finalmente, las perspectivas y posibles soluciones para armonizar la protección de la innovación con el acceso justo a sus beneficios.

En su concepción original, las patentes fueron diseñadas para incentivar la innovación, otorgando a los inventores un monopolio temporal a cambio de divulgar públicamente su invención. Esta lógica buscaba premiar el esfuerzo creativo y, al mismo tiempo, enriquecer el acervo tecnológico global. No obstante, en la actualidad este equilibrio se enfrenta a tensiones inéditas generadas por la aceleración tecnológica, la complejidad de los mercados globalizados y la sofisticación de las estrategias legales.
El caso de Apple contra Masimo ilustra una de las tendencias más visibles: el uso de patentes como arma de control en mercados de alto valor tecnológico. En este litigio, la Comisión de Comercio Internacional de Estados Unidos (ITC)impuso restricciones que obligaron a Apple a modificar el diseño funcional de su Apple Watch para continuar su comercialización. La solución adoptada —trasladar el cálculo de datos al iPhone— no solo demuestra cómo el diseño de producto se convierte en una herramienta legal para sortear prohibiciones, sino que evidencia la capacidad de las empresas para reconfigurar sus procesos técnicos con rapidez y precisión.
En este escenario, la interacción entre ingeniería y derecho cobra un papel central. No es nueva la relación entre el diseño y las estrategias de protección, pero la velocidad con la que las empresas deben adaptarse ha aumentado de forma exponencial. La estrategia de Apple no consistió en abandonar la funcionalidad patentada, sino en rediseñar el flujo de datos para evitar infracciones, práctica conocida como design around, que implica un profundo análisis técnico-jurídico para garantizar que cada modificación cumpla con las normativas vigentes.
Este tipo de adaptaciones no solo son reactivas. Muchas compañías, especialmente en sectores de alta tecnología, integran en sus procesos de I+D simulaciones jurídicas y escenarios de riesgo que les permiten anticipar posibles conflictos. Esto incluye el mapeo de patentes de competidores, el análisis de tendencias en litigios y la incorporación de equipos multidisciplinarios que combinan ingenieros, abogados y especialistas en propiedad intelectual. Así, el diseño deja de ser únicamente un factor estético o funcional para convertirse en un escudo estratégico frente a eventuales disputas legales y barreras de entrada en mercados clave.

Cuando una patente expira o es liberada, el impacto económico suele ser inmediato y de gran magnitud. En el sector farmacéutico, por ejemplo, la expiración abre la puerta a la entrada de medicamentos genéricos, lo que incrementa la competencia, reduce los precios y, en muchos casos, genera un efecto dominó en toda la cadena de suministro. La liberación de 386 patentes en México en 2024 es un ejemplo claro y reciente: según Antonio Pascual Feria, presidente de Anafarmex, esta medida abrirá el mercado a más opciones, diversificará la oferta y reducirá costes para millones de pacientes, además de generar presión competitiva que incentiva la innovación en nuevas áreas terapéuticas.
Este fenómeno también redistribuye poder en la cadena de valor. Las grandes farmacéuticas ven cómo sus márgenes se reducen al perder la exclusividad de comercialización, mientras que los fabricantes de genéricos ganan terreno, capacidad de producción y acceso a nuevos mercados. Desde un punto de vista de salud pública, esta dinámica permite ampliar el acceso a tratamientos antes inaccesibles para ciertos segmentos de la población, contribuyendo a cerrar brechas sanitarias y a mejorar indicadores de salud a nivel nacional.
No obstante, la liberación de patentes también plantea desafíos complejos. Es necesario garantizar la calidad de los productos genéricos mediante procesos estrictos de certificación, evitar falsificaciones que puedan poner en riesgo la seguridad de los pacientes y asegurar que el marco regulatorio —como el Reglamento de Insumos para la Salud en México— se cumpla estrictamente. Esto implica fortalecer la capacidad de las agencias regulatorias, mejorar la trazabilidad de los medicamentos y promover la educación del consumidor para diferenciar productos legítimos de copias ilegales. En este sentido, las patentes no solo protegen la innovación, sino que también contribuyen indirectamente al control de calidad y seguridad en sectores sensibles.
Este tipo de decisiones tiene además un componente de diplomacia comercial. Países con producción farmacéutica robusta pueden aprovechar la expiración de patentes para firmar acuerdos que les permitan exportar genéricos a mercados donde aún rigen protecciones, generando oportunidades económicas, pero también tensiones en foros multilaterales como la OMPI o la OMC. Estas tensiones pueden derivar en negociaciones bilaterales, demandas ante organismos internacionales o incluso en la revisión de tratados de libre comercio que incluyen capítulos específicos sobre propiedad intelectual.

La industria del videojuego ofrece un laboratorio fascinante y dinámico para observar cómo las patentes se cruzan con el diseño y modelan la experiencia de los usuarios. El reciente registro de patentes por parte de Nintendo para accesorios de la Switch 2 revela una estrategia híbrida que combina protección jurídica con exploración creativa: se trata de blindar ideas innovadoras que podrían llegar o no al mercado, pero que cumplen la función de marcar territorio frente a competidores y posibles imitadores, así como abrir líneas de investigación tecnológica internas.
Estos accesorios —como una manivela acoplable o una rueda clicable— no solo añaden funciones, sino que amplían las posibilidades de interacción y juego, creando oportunidades para licencias exclusivas, colaboraciones con desarrolladores externos y experiencias únicas que refuercen la fidelidad de los usuarios. Aunque muchas patentes no se materializan en productos finales, su mera existencia puede disuadir a competidores de desarrollar conceptos similares, servir como moneda de negociación en acuerdos comerciales o establecer una posición de liderazgo tecnológico en segmentos muy específicos.
En términos de modelos de negocio, las patentes permiten a las compañías crear ecosistemas cerrados y altamente controlados donde el hardware, el software y los accesorios se retroalimentan entre sí, protegiendo la inversión creativa y manteniendo un control estricto de la calidad y compatibilidad. Este enfoque es especialmente relevante en un mercado donde la experiencia de usuario y la diferenciación de marca son elementos decisivos para la preferencia del consumidor. Además, estas estrategias facilitan el desarrollo de líneas de producto complementarias y fomentan la recurrencia de compra, algo crucial en la industria del entretenimiento interactivo.
Sin embargo, este control también enfrenta críticas y genera debates. Desde la perspectiva del consumidor, las patentes pueden limitar la interoperabilidad con dispositivos de terceros, encarecer accesorios por la falta de competencia y restringir la creatividad de desarrolladores independientes que podrían aportar ideas valiosas. Asimismo, existe el riesgo de que la protección excesiva frene la innovación abierta y reduzca la diversidad de propuestas en el mercado, afectando en última instancia a la evolución del medio y a la libertad creativa de la comunidad de jugadores.
Las patentes en la actualidad ya no son simples títulos de propiedad sobre una invención: son piezas clave en el tablero global donde el diseño, la tecnología, la economía y la política se entrelazan. Casos como el de Apple, la liberación de patentes farmacéuticas en México y las innovaciones registradas por Nintendo muestran que su gestión tiene consecuencias inmediatas en la vida de los consumidores, en la competitividad empresarial y en el acceso a bienes esenciales.
El desafío radica en encontrar un equilibrio entre incentivar la innovación y garantizar un acceso justo y asequible a sus beneficios. Esto implica marcos legales más dinámicos, reguladores especializados y una cooperación internacional efectiva.
En el futuro, la presión de las tecnologías disruptivas y los retos globales como el cambio climático o las pandemias obligará a replantear los modelos actuales de propiedad intelectual. Es probable que surjan nuevas formas de licenciamiento, de titularidad compartida y de explotación colectiva de patentes. La idea fuerza es clara: las patentes, bien gestionadas, pueden ser motor de desarrollo y no barrera; el diseño inteligente, respaldado por una estrategia legal sólida, es la llave para que la innovación llegue más lejos y beneficie a más personas.
La revolución de la inteligencia artificial (IA) ha puesto a los chips de alto rendimiento en el centro de la competencia tecnológica global. NVIDIA, reconocida por sus GPU, se consolidó como líder en el desarrollo de aceleradores para IA, esenciales para entrenar modelos de machine learning y procesar datos a gran escala. Sus productos son hoy un estándar en centros de datos y laboratorios de investigación.
En 2025, sin embargo, ese liderazgo enfrenta una presión inédita. Empresas chinas como Huawei han sido señaladas por la presunta copia de diseños de GPUs avanzadas, como los de su serie Ascend, mientras desarrollan hardware local para reducir su dependencia de proveedores estadounidenses. Esta situación ha generado acusaciones de infracción de patentes y una respuesta contundente de Estados Unidos, que ha endurecido el bloqueo de exportaciones de GPUs y la protección de su propiedad intelectual en hardware, invocando motivos de seguridad nacional.
El conflicto va más allá de las demandas puntuales. Washington ha limitado la comercialización internacional de chips que integren tecnología estadounidense, mientras China acelera su estrategia de autosuficiencia mediante inversión masiva en I+D, registros de patentes locales y el fortalecimiento de sus tribunales especializados en propiedad intelectual. Lo que se libra en los laboratorios y los tribunales es, en realidad, una guerra tecnológica EE.UU.–China donde las patentes de chips de IA son armas estratégicas.

El mercado global de chips de IA ha evolucionado aceleradamente en la última década, con NVIDIA como protagonista indiscutible. Su dominio en aceleradores para IA se debe a arquitecturas optimizadas (CUDA, núcleos tensoriales) y una estrategia de innovación continua. En China, su cuota llegó a alcanzar el 95% del mercado antes de las restricciones impuestas por Washington.
Sin embargo, la guerra tecnológica EE.UU.–China ha alterado este panorama. La inclusión de Huawei y otras compañías en la Entity List redujo drásticamente la presencia de NVIDIA en el mercado chino, mientras que Beijing ha respondido impulsando la autosuficiencia tecnológica mediante:
El resultado es una competencia dual: mientras NVIDIA mantiene la innovación de vanguardia, China acelera para cerrar la brecha tecnológica, con un claro componente geopolítico.

La disputa NVIDIA–Huawei es el ejemplo más visible de cómo la propiedad intelectual se ha convertido en herramienta de política internacional. El Departamento de Comercio de EE.UU. concluyó que ciertos chips Huawei Ascend se basaban en tecnología patentada estadounidense, y prohibió su exportación global por infringir controles de seguridad nacional.
Otros casos refuerzan la dinámica de enforcement agresivo:
Estos bloqueos evidencian que las patentes de chips de IA no son solo un activo legal, sino un recurso estratégico en la competencia tecnológica global.
La disputa NVIDIA–Huawei ha marcado un hito en la protección internacional. Según el Departamento de Comercio de EE.UU., ciertos chips Huawei Ascend utilizaban tecnologías patentadas de origen estadounidense, por lo que su exportación global fue bloqueada. Esta decisión, respaldada en las leyes de seguridad nacional, convirtió la propiedad intelectual en herramienta geopolítica.
Otros casos refuerzan la tendencia:
Estos episodios evidencian cómo la propiedad intelectual en hardware se ha convertido en un pilar de la estrategia industrial y de seguridad global.

Las restricciones de patentes tienen efectos duales. Para China, actúan como un catalizador para acelerar el desarrollo interno, con ejemplos como el modelo DeepSeek, optimizado para GPUs limitadas por las sanciones. Para Occidente, limitan ventas y recursos para I+D, generando un riesgo de desacoplamiento tecnológico.
La consecuencia inmediata es la fragmentación de la cadena de valor global:
La pregunta de fondo es si estas restricciones realmente protegerán la seguridad nacional y las patentes, o si terminarán acelerando la independencia tecnológica de China.
La guerra tecnológica EE.UU.–China por los chips de IA ilustra cómo la propiedad intelectual puede convertirse en arma estratégica. La disputa NVIDIA–Huawei es más que un caso de patentes: es un conflicto que redefine la forma en que las potencias abordan la innovación, el comercio y la seguridad.
El futuro dependerá de si los actores globales eligen prolongar la confrontación o construir mecanismos de coexistencia tecnológica. Para la industria, la lección es clara: en la era de la IA, cada chip es más que silicio; es un activo estratégico que define el equilibrio de poder.
Allen, G. (2025). DeepSeek, Huawei and Export Controls. CSIS.
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Tom’s Hardware. (2025, junio). Huawei filed patent quad‑chiplet design rivaling Nvidia Rubin GPUs.
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U.S. government turmoil stalls thousands of export approvals, sources say. Reuters.
China summons Nvidia over 'serious security issues' with chips. Financial Times.
Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI). (2024). Estadísticas globales de patentes.
En la economía digital y globalizada, la propiedad intelectual se ha convertido en uno de los activos más estratégicos para las empresas. Las marcas registradas, más allá de ser signos distintivos, encapsulan identidad, confianza y reputación. No obstante, cuando estas marcas se ven inmersas en controversias públicas, el impacto trasciende lo jurídico: afecta directamente la percepción del consumidor, la imagen corporativa y la narrativa institucional.
Los litigios de propiedad intelectual ya no se limitan a tribunales especializados. Hoy se libran también en medios de comunicación, redes sociales y foros internacionales, donde las marcas se ven forzadas a defender no solo sus derechos, sino también su prestigio. La forma en que una empresa enfrenta un conflicto legal corporativo puede consolidar o erosionar años de construcción de marca.
Tres casos recientes y emblemáticos —McDonald’s vs Supermac’s, Bacardí vs Pernod Ricard, y Carbonell vs La Española— ilustran cómo la disputa de marcas puede derivar en escenarios complejos donde la estrategia legal y la reputacional deben marchar juntas. Estos conflictos no solo redefinen el alcance de los derechos de marca, sino también marcan nuevas fronteras en el enforcement de marcas en contextos globales.
Este artículo analiza cómo los litigios de alto perfil están configurando nuevas reglas del juego para las empresas en términos de protección de activos intangibles, legitimidad ante los consumidores y gestión de crisis reputacional.

En enero de 2019 y ratificado parcialmente en 2024, el Tribunal General de la Unión Europea (TGUE) dictaminó la revocación del registro de marca "Big Mac" de McDonald’s para diversas clases de productos, principalmente aquellos relacionados con alimentos avícolas y servicios de restaurante. La resolución se sustentó en la falta de "uso genuino", según lo establecido en el artículo 58(1)(a) del Reglamento (UE) 2017/1001, que obliga a las empresas titulares de marcas a demostrar un uso efectivo y continuo de las mismas en un período de cinco años.
La demanda fue promovida por Supermac’s, una cadena irlandesa de comida rápida con fuerte presencia nacional, que enfrentaba barreras para expandirse en la Unión Europea debido a los extensos registros marcarios de McDonald’s. La empresa denunció un caso de trademark bullying, al argumentar que McDonald’s utilizaba sus registros como una herramienta de bloqueo comercial, sin intención real de explotación de la marca en ciertas categorías. Esta estrategia, aunque legalmente posible, fue puesta en entredicho tanto en tribunales como en la opinión pública.
El fallo generó un impacto significativo en dos planos. Desde el punto de vista legal, McDonald’s vio reducida su capacidad de enforcement sobre la marca "Big Mac" en el mercado europeo. Pero más allá del plano técnico, el efecto más inmediato fue de carácter reputacional: medios internacionales presentaron a McDonald’s como una corporación que abusa de su poder de mercado, mientras que Supermac’s fue retratada como una empresa local valiente que se enfrentó a un gigante y triunfó. Esta narrativa de "David contra Goliat" fue especialmente poderosa y se viralizó rápidamente en redes sociales, otorgando a Supermac’s una visibilidad global inédita.
El caso también desencadenó un debate más amplio sobre el equilibrio entre el derecho exclusivo otorgado por el registro de marca y el uso efectivo de dicho derecho en beneficio del consumidor. Se intensificaron las discusiones sobre la necesidad de reforzar los controles sobre el uso real de las marcas para evitar que se conviertan en meros obstáculos estratégicos al crecimiento empresarial de terceros.
Desde la perspectiva estratégica, este episodio se convirtió en un referente para muchas pequeñas y medianas empresas (pymes) que buscan disputar espacios comerciales frente a grandes conglomerados. La victoria de Supermac’s no solo demostró que el sistema jurídico europeo ofrece mecanismos efectivos de defensa frente al acaparamiento de signos distintivos, sino que también puso de relieve la importancia de combinar argumentos legales sólidos con una estrategia de comunicación coherente y empática ante la opinión pública.
Este caso no solo sentó un precedente en cuanto al "uso genuino" como requisito de mantenimiento de derechos, sino que también provocó una reflexión profunda en torno al rol ético de las marcas globales en mercados diversos. A partir de esta resolución, muchas empresas han revisado sus portafolios de marca, adaptando sus estrategias para documentar de forma continua el uso real y evitar quedar expuestas a cancelaciones por falta de uso.

El conflicto por la marca Havana Club es uno de los litigios de marcas más complejos, prolongados y simbólicamente cargados de las últimas décadas. Su origen se remonta a la expropiación, por parte del gobierno cubano en 1960, de la empresa ronera perteneciente a la familia Arechabala, quienes habían fundado originalmente la marca en 1934 y la habían posicionado como uno de los rones más reconocidos de la isla. Tras el exilio forzado, la familia perdió todo control sobre su marca, lo que abrió la puerta a múltiples reclamos internacionales. Décadas más tarde, Bacardí adquirió los derechos de la familia en el exilio, argumentando que la transferencia había sido legítima y que, por tanto, era la verdadera heredera del legado de Havana Club.
Simultáneamente, en 1993, el gobierno cubano selló una alianza estratégica con Pernod Ricard, una multinacional francesa especializada en bebidas alcohólicas, con el objetivo de relanzar y exportar el ron Havana Club bajo la égida del Estado cubano. Esta colaboración consolidó una disputa transfronteriza que involucró no solo aspectos comerciales y de enforcement de marcas, sino también tensiones diplomáticas, ideológicas e históricas. Mientras Bacardí ostenta derechos sobre la marca en Estados Unidos, Pernod Ricard controla su uso en la Unión Europea y otros mercados globales, generando un raro fenómeno de doble titularidad que coexiste en tensión permanente.
Ambas empresas han desarrollado estrategias de enforcement extraordinariamente elaboradas, combinando acciones legales con campañas de comunicación que apelan directamente a las emociones, la identidad cultural y la historia. En 2016, Bacardí impulsó la obra teatral "Amparo", una experiencia inmersiva que relataba el drama de los Arechabala y su exilio. La pieza fue exhibida en ciudades como Miami, donde reside una numerosa comunidad cubana en el exilio, logrando gran impacto mediático. Con ello, Bacardí no solo defendía su derecho legal, sino que tejía una narrativa de justicia histórica, autenticidad exiliada y legado familiar arrebatado.
Pernod Ricard, por su lado, ha insistido en la legitimidad de su producción en Cuba, resaltando que su Havana Club se elabora íntegramente en la isla con caña de azúcar local, empleando métodos tradicionales y con el respaldo institucional del gobierno cubano. Su estrategia de comunicación ha girado en torno a la noción de "verdadera cubanía", incorporando elementos como la protección de denominaciones de origen y la sostenibilidad cultural como ejes de autenticidad. De este modo, ha posicionado su producto no solo como una bebida espirituosa, sino como una expresión del patrimonio cubano vivo y en ejercicio.
Este litigio representa mucho más que una disputa por derechos de marca: es una confrontación de narrativas en torno a la legitimidad, la historia y la identidad nacional. El caso Havana Club encarna la colisión entre el relato del exilio y el de la soberanía estatal, entre la autenticidad reivindicada desde fuera y la continuidad institucional desde dentro. Las implicaciones reputacionales son evidentes: cada empresa ha moldeado una historia que conecta con públicos específicos, apelando a emociones, lealtades y memorias profundas.
En definitiva, el caso ilustra cómo el valor simbólico de una marca puede ir más allá del producto en sí. Havana Club se ha convertido en una arena donde se debaten el sentido de pertenencia, los efectos del desarraigo, la fuerza del branding cultural y la capacidad de las empresas para construir legitimidad no solo a través de registros marcarios, sino mediante discursos que conectan con el alma de una nación.

En 2009, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) dictó una sentencia clave que definió con mayor precisión los límites de la protección visual de las marcas, abordando un aspecto que hasta entonces había sido menos desarrollado en la jurisprudencia europea: el valor distintivo de los elementos gráficos en el punto de venta. El conflicto legal enfrentó a Grupo SOS, propietario de la marca Carbonell, contra Aceites del Sur-Coosur, titular de La Española, dos actores principales en el competitivo mercado de aceites de oliva de España. El litigio se centró en las similitudes entre los envases de ambas marcas, particularmente en la representación de figuras femeninas andaluzas que evocaban elementos culturales y visuales similares.
Las etiquetas de ambos productos mostraban a una mujer vestida con traje tradicional andaluz, sentada en un entorno rural con olivos, en actitudes casi idénticas. El TJUE, considerando el conjunto de la imagen y no solo los elementos textuales, concluyó que existía un claro "riesgo de confusión" entre ambas presentaciones, especialmente para el consumidor promedio, que en el entorno acelerado de compra de un supermercado no realiza un análisis comparativo exhaustivo, sino que se guía por impresiones generales y asociaciones visuales rápidas.
El fallo resultó ser un hito, ya que reafirmó que los elementos gráficos como ilustraciones, colores y disposición visual, forman parte integral del signo distintivo de una marca, y por tanto, deben ser protegidos al mismo nivel que los nombres y logotipos. La decisión impulsó una revisión crítica en múltiples sectores sobre el diseño y la originalidad en el packaging, enfatizando que el envoltorio es, en muchos casos, el primer contacto entre el producto y el consumidor, y como tal, constituye una parte esencial de la propuesta de valor de marca.
Además de sus efectos legales, la decisión tuvo un notable impacto en la reputación corporativa de ambas compañías. Carbonell fue percibida por el público y por expertos del sector como una marca que defendía su legado y estética tradicional frente a un intento de imitación. Por su parte, La Española enfrentó cuestionamientos en medios especializados y foros de consumidores por su estrategia de branding, considerada por algunos como demasiado próxima a la de su competidor. Esta percepción pública obligó a la empresa a reevaluar su identidad visual y distanciarse estéticamente de su rival, para evitar futuros problemas de percepción o sanciones regulatorias.
Como resultado, este caso motivó a numerosos actores del mercado alimentario europeo a implementar auditorías visuales preventivas, con el fin de evitar similitudes con marcas preexistentes y proteger su reputación. También impulsó la aparición de herramientas tecnológicas para el análisis comparativo de elementos visuales, así como la asesoría legal especializada en identidad gráfica y distintividad visual. En definitiva, este litigio subrayó la creciente importancia de la estética visual como activo intangible protegido por el derecho marcario y su rol estratégico en la competencia empresarial.
Los tres casos analizados reflejan una verdad esencial: en la actualidad, defender una marca registrada implica mucho más que ganar en los tribunales. La reputación de una empresa se juega en la percepción pública, y un litigio mal gestionado puede convertirse en una amenaza directa a la lealtad del consumidor y al valor de la marca.
Primero, el litigation PR (relaciones públicas para litigios) debe incorporarse como parte de toda estrategia de enforcement. Las campañas comunicacionales en torno a los litigios pueden humanizar una causa legal o, por el contrario, intensificar la percepción de abuso o falta de ética.
Segundo, el cumplimiento de normas como el “uso genuino” en la UE obliga a las empresas a mantener una actividad comercial documentada y real sobre sus marcas. No basta con registrar: hay que demostrar uso. Esto se vuelve crítico en contextos donde los litigios pueden derivar en la pérdida de derechos adquiridos.
Tercero, la tecnología aplicada a la propiedad intelectual ofrece nuevas herramientas para evitar conflictos. El uso de blockchain para registrar el uso de marcas y de inteligencia artificial para detectar similitudes visuales son ya parte del arsenal preventivo de las empresas más innovadoras.
Finalmente, en el contexto actual de creciente regulación y mayor conciencia social, el valor intangible de una marca depende también de su comportamiento ético, su narrativa pública y su capacidad de adaptación ante desafíos legales. Las empresas que comprendan esta dinámica estarán mejor preparadas para afrontar los litigios de PI que definirán la reputación corporativa en la próxima década.
En el corazón de la economía del conocimiento, las patentes funcionan como instrumentos jurídicos esenciales para proteger la innovación. Se trata de derechos exclusivos otorgados a los inventores sobre sus invenciones, permitiéndoles impedir temporalmente que terceros fabriquen, utilicen o comercialicen el invento sin su consentimiento. Esta protección tiene un doble propósito: fomentar la inversión en investigación y desarrollo (I+D) y promover la divulgación tecnológica como parte del progreso colectivo.
En un entorno donde la tecnología avanza a una velocidad sin precedentes, las patentes no han perdido vigencia; al contrario, se han vuelto aún más críticas. Desde medicamentos revolucionarios hasta innovaciones biomédicas o sistemas de telecomunicación, las patentes permiten consolidar ventajas competitivas, monetizar desarrollos técnicos y proyectar la propiedad intelectual como un activo estratégico en las economías modernas.
No obstante, la protección de patentes enfrenta nuevos retos: el surgimiento de biosimilares, la interoperabilidad tecnológica, la fragmentación regulatoria global y el enforcement efectivo en mercados digitales. A esto se suma la dificultad de balancear el interés privado del titular con el interés público de acceso al conocimiento, particularmente en sectores sensibles como la salud.
Este artículo propone un análisis concreto y actual de estos desafíos a través de tres casos reales: la estrategia de MSDante la expiración de la patente de Keytruda, la nueva patente biomédica desarrollada en Costa Rica por el TEC, y el reciente litigio entre TOT Power Control y Apple. Cada caso ilustra diferentes aspectos del ecosistema de patentes: desde la defensa estratégica frente a la expiración, hasta el reconocimiento internacional de innovaciones emergentes y la resolución de disputas transnacionales por infracción de patentes

El medicamento Keytruda, desarrollado por la farmacéutica estadounidense MSD, es uno de los tratamientos oncológicos más rentables del mundo. Su principio activo, el pembrolizumab, ha sido clave para tratar diversos tipos de cáncer, como el de pulmón, vejiga y melanoma. Sin embargo, la patente de este blockbuster farmacéutico está próxima a expirar a finales de esta década, abriendo el camino para la entrada de biosimilares que amenazan con erosionar su cuota de mercado.
Ante la inminente expiración, MSD ha optado por una estrategia que combina innovación incremental con estrategia comercial: el desarrollo de una nueva versión subcutánea del medicamento, denominada MK-3475A Subcutaneus Keytruda. Esta modificación no solo mejora la experiencia del paciente, al reducir el tiempo de administración, sino que también permite proteger el nuevo formato mediante una nueva patente.
Este caso representa un excelente ejemplo de cómo las empresas adaptan su portafolio de propiedad intelectual para preservar su posición competitiva más allá del vencimiento de las patentes originales. Según Evaluate Pharma, las ventas de Keytruda caerán de 25.450 millones de euros en 2024 a 14.580 millones en 2030, pero la nueva versión subcutánea compensaría el 60% de esta caída con ingresos de más de 6.500 millones. Para saber más puedes consultar: MSD limitará al 40% el golpe en ventas por el fin de la patente de su antitumoral estrella.
La estrategia de MSD se conoce como evergreening, una práctica que, aunque controvertida, es legal si cumple con los requisitos de novedad, nivel inventivo y aplicación industrial. La evolución del medicamento hacia nuevas formas de administración puede generar nuevas patentes que prolonguen su exclusividad comercial. Este enfoque evidencia cómo el registro de invenciones se convierte en una herramienta de defensa comercial ante la competencia de genéricos y biosimilares, especialmente en un sector como el farmacéutico, donde los márgenes de innovación son estrechos y la inversión en I+D es intensiva.

En un contexto muy distinto al anterior, la Dra. Rojas, investigadora del Tecnológico de Costa Rica (TEC), desarrolló un dispositivo que permite realizar pruebas mecánicas en células óseas y musculares dentro de un solo aparato. Este avance mejora los procesos de regeneración de tejidos y representa una herramienta única en el mercado biomédico de América Latina.
El dispositivo, que mantiene condiciones estériles y de temperatura controlada, ha sido protegido por una patente de invención registrada en Costa Rica con vigencia hasta el año 2041. Esta protección fue gestionada con apoyo del Centro de Vinculación Universidad-Empresa del TEC, asegurando el cumplimiento de los tres requisitos fundamentales: novedad, nivel inventivo y aplicación industrial, para saber más lee nueva patente del TEC crea tecnología para la investigación médica de recuperación de huesos y músculo.
El caso del TEC demuestra que la protección de patentes no solo está al alcance de grandes farmacéuticas, sino que también puede ser una herramienta clave para centros académicos y científicos de países en desarrollo. La visibilidad que otorga una patente internacional puede abrir oportunidades de colaboración con universidades extranjeras, centros de investigación o incluso con fabricantes de dispositivos médicos.
Este caso destaca la necesidad de políticas públicas y marcos institucionales sólidos para acompañar a los investigadores en el proceso de registro de invenciones. También subraya el valor estratégico de la propiedad intelectual en la transferencia tecnológica universitaria. La protección de la patente no solo resguarda los derechos de la inventora, sino que proyecta al TEC como actor relevante en la innovación biomédica de la región.

La empresa española TOT Power Control, dedicada a la gestión de licencias tecnológicas, denunció en 2021 a Apple Inc. por usar sin autorización sus patentes en dispositivos móviles. El pleito, llevado ante un tribunal de Delaware, concluyó en julio de 2025 con un fallo a favor de la firma española, obligando a Apple a pagar 94 millones de euros por infracción de patentes, para saber más puedes ver apple tendrá que pagar 94 millones a la empresa madrileña TOT Power Control por infringir una patente.
La disputa se centró en dos patentes vinculadas a procesos de control de energía utilizados por los procesadores de banda inalámbrica. El jurado determinó que al menos una de las patentes fue infringida, aunque Apple sostiene que apelará el veredicto. Este tipo de litigios es frecuente en el ámbito de las telecomunicaciones y subraya la complejidad de proteger derechos en entornos de alta interoperabilidad tecnológica.
El caso ilustra cómo las empresas que gestionan portafolios de patentes pueden enfrentarse legalmente a gigantes tecnológicos mediante litigios bien documentados. Es también un recordatorio de que el sistema de patentes en EE.UU., con sus tribunales especializados y reglas de indemnización, continúa siendo una jurisdicción clave para la defensa de los derechos de propiedad intelectual.
Más allá del monto de la multa, el caso destaca el papel de los litigios de patentes como mecanismo de enforcement y disuasión. Además, abre la puerta para que TOT Power Control busque indemnizaciones similares contra otros fabricantes como LG y Samsung. El sistema de patentes, al otorgar derechos territoriales, obliga a las empresas tecnológicas a cuidar el cumplimiento normativo en múltiples jurisdicciones, lo cual implica un esfuerzo jurídico, financiero y estratégico considerable.
Los tres casos analizados muestran las múltiples dimensiones que adopta hoy en día el mundo de las patentes: defensa comercial frente a la expiración, valorización de invenciones académicas, y resolución judicial de controversias internacionales. Aunque provienen de sectores y geografías distintas, todos reflejan la vigencia del sistema de patentes como pilar de la innovación global.
Desde la perspectiva legal, observamos cómo el marco de protección de patentes se adapta a diferentes estrategias: el evergreening para prolongar exclusividad, el registro nacional como herramienta de proyección internacional, y el litigio transfronterizo como medio de enforcement. Sin embargo, estos casos también evidencian la necesidad de fortalecer la cooperación internacional, los sistemas de resolución alternativa de conflictos y los mecanismos de armonización regulatoria.
En la economía digital, donde la innovación se acelera y las fronteras tecnológicas se difuminan, los desafíos para proteger las invenciones patentables son cada vez mayores. Las empresas deben anticiparse al vencimiento de patentes clave, los centros de investigación deben construir estrategias de transferencia tecnológica, y los sistemas judiciales deben responder con eficiencia a disputas técnicas complejas.
Mirando hacia el futuro, se vislumbra una tendencia creciente hacia la digitalización del registro de patentes, el uso de blockchain para trazabilidad de invenciones, y una creciente presión por equilibrar la protección con el acceso justo a tecnologías esenciales. En este escenario, la propiedad intelectual seguirá siendo un terreno clave donde se negocia el equilibrio entre innovación, competencia y desarrollo.
Cada año, la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos (USTR) publica el Informe Especial 301, un instrumento estratégico que evalúa el estado de la protección de la propiedad intelectual (PI) en más de un centenar de países. Su objetivo: identificar aquellas jurisdicciones que presentan deficiencias graves en sus sistemas de enforcement (es decir, la aplicación efectiva de la normativa de propiedad intelectual), legislación o cooperación internacional. El informe clasifica a los países en dos listas: la “Watch List” y la más severa “Priority Watch List”.
La inclusión en estas listas no es simbólica: puede influir directamente en la relación comercial con Estados Unidos, afectar la inversión extranjera y generar sanciones o represalias diplomáticas. En muchos casos, estos reportes son el punto de partida para la presión bilateral o la activación de mecanismos de solución de controversias en tratados como el T-MEC.
La edición 2025 ha llegado en un momento crítico, marcado por el aumento de la piratería digital, la sofisticación de las redes de falsificación internacional y el uso de tecnologías como la IA generativa para reproducir contenidos protegidos. En este contexto, México ha sido incluido por primera vez en la Priority Watch List, junto a países como China, Vietnam e Indonesia, encendiendo las alertas sobre el futuro del enforcement internacional.
Este artículo analiza los hallazgos más relevantes del Informe 301 de 2025, con foco en los nuevos países designados como prioritarios, las razones detrás de esta designación y las implicaciones legales, comerciales y diplomáticas que conlleva. Asimismo, se exploran las tendencias emergentes, como la piratería digital y la tensión entre acceso a medicamentos y protección de patentes.
El Informe Especial 301 de 2025, emitido por la Oficina del Representante Comercial de los Estados Unidos (USTR), ha marcado un giro significativo al incluir nuevamente a México como “país prioritario”. Esta designación refleja tensiones crecientes entre el cumplimiento formal de tratados comerciales como el T-MEC y la ausencia de resultados tangibles en enforcement. México, China y varios países del Sudeste Asiático se perfilan como los principales focos de preocupación para la comunidad internacional en materia de piratería digital, falsificación de marcas y protección de derechos de propiedad intelectual.

México: entre el T-MEC y la falta de implementación
La situación mexicana ha llamado particularmente la atención por representar una contradicción entre el compromiso asumido en el marco del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) y la débil implementación interna. La USTR identifica tres fallas estructurales clave:
A pesar de medidas recientes como el Portal de Transparencia Farmacéutica o la llamada Operación Limpieza, el informe concluye que las acciones gubernamentales aún son insuficientes frente a la magnitud del problema.
China: falsificaciones estructurales y piratería digital sofisticada
China se mantiene como el epicentro global de las falsificaciones y la piratería digital. La USTR señala que el 75% de las incautaciones de productos falsificados a nivel mundial provienen de China, lo que revela un problema profundamente arraigado en las cadenas de producción y distribución del país.
Además, persisten serias preocupaciones sobre el incumplimiento del Acuerdo Fase 1 con EE.UU., especialmente en lo referente a la transferencia tecnológica forzada y la protección de secretos comerciales.
Plataformas de e-commerce como Alibaba y Pinduoduo son mencionadas específicamente por albergar redes altamente sofisticadas que emplean algoritmos de machine learning para evadir los mecanismos de control interno y dificultar el rastreo de productos falsificados. Esta sofisticación tecnológica plantea nuevos desafíos para los sistemas tradicionales de enforcement.
En el Sudeste Asiático, el crecimiento económico y digital no ha ido acompañado de sistemas robustos de protección a la propiedad intelectual. Países como Vietnam e Indonesia emergen como polos activos de piratería y falsificación, con consecuencias internacionales:
Ambos países han sido llamados a fortalecer sus marcos legales y operativos, especialmente en el contexto de su creciente integración al comercio global.
La digitalización de la piratería
El Informe 301 revela un patrón de crecimiento sostenido de las infracciones en entornos digitales. Las técnicas se han sofisticado:
Las PYMEs son las principales víctimas: carecen de capacidad para denunciar internacionalmente, mientras ven sus productos replicados sin control. Un informe de BrandShield revela que más del 80% de las marcas medianas sufren afectaciones en redes sociales y plataformas de comercio electrónico.

El conflicto farmacéutico: acceso vs. protección
El enforcement de patentes médicas genera tensión entre derechos de PI y necesidades de salud pública. La USTR reclama a países como Chile, Brasil e India por permitir demoras en la entrada de medicamentos genéricos tras la expiración de patentes. Sin embargo, estos gobiernos argumentan que imponer un “plazo cero” puede encarecer tratamientos esenciales.
México también es criticado por la débil coordinación entre el IMPI y la COFEPRIS. Si bien se han creado nuevas herramientas, la implementación efectiva aún está en desarrollo, a menos de un año del fin del periodo de gracia establecido por el T-MEC.
Indicaciones geográficas: una batalla global
El informe denuncia los efectos del sistema de indicaciones geográficas (GI) impulsado por la Unión Europea, que limita el uso de ciertos nombres considerados genéricos por EE.UU. (ej. “Feta”, “Parmesano”, “Champaña”). Estas restricciones, según la USTR, afectan derechos adquiridos por empresas estadounidenses, particularmente en países con acuerdos de libre comercio con la UE.
En México, la presión por adaptar su legislación a modelos europeos ha generado tensiones internas, sobre todo en industrias alimentarias tradicionales y marcas registradas previamente.
Ante los cuestionamientos internacionales reflejados en el Informe Especial 301, el gobierno de México ha empezado a tomar medidas con el objetivo de fortalecer su sistema de protección de propiedad intelectual, evitar represalias comerciales y recuperar la confianza de los mercados internacionales. Estas iniciativas se enmarcan en tres ejes clave: reformas normativas, adopción tecnológica y articulación regional.
Reformas legislativas y cooperación bilateral
Como respuesta directa al señalamiento de la USTR, México anunció una serie de medidas que buscan cerrar las brechas normativas y operativas que han limitado la implementación efectiva de su legislación en propiedad intelectual:
Estas acciones no solo pretenden mitigar los efectos de los nuevos aranceles del 25% impuestos por EE.UU. sobre ciertos productos mexicanos, sino también posicionar al país de cara a la revisión del T-MEC prevista para 2026, donde la eficacia del enforcement será un eje de evaluación crucial.
Tecnología y monitoreo inteligente: el nuevo enforcement

La transformación digital también está remodelando el paradigma del enforcement. La irrupción de tecnologías como la inteligencia artificial y la blockchain ha permitido el desarrollo de sistemas de monitoreo más precisos, automatizados y escalables. Empresas especializadas como Smart Protection y BrandShield han implementado soluciones que ofrecen:
Estas herramientas son especialmente útiles en industrias vulnerables a la piratería como la moda, los productos electrónicos, el software y el entretenimiento, permitiendo a las marcas responder de forma más ágil y estratégica frente a las infracciones.
Cooperación regional: una estrategia necesaria
El fortalecimiento del enforcement en economías emergentes también depende de una respuesta coordinada a nivel regional. Organizaciones como la ASEAN están discutiendo la adopción de protocolos conjuntos contra la piratería digital, en un esfuerzo por homogeneizar estándares técnicos y jurídicos entre países miembros.
En América Latina, iniciativas recientes lideradas por Colombia, Chile y Perú apuntan a:
Esta articulación será clave no solo para mejorar el enforcement, sino también para garantizar un acceso justo al conocimiento y a los mercados, equilibrando protección y desarrollo.
El Informe Especial 301 de 2025 no solo es un listado técnico: es una herramienta geopolítica que refleja las prioridades de Estados Unidos en materia de propiedad intelectual, comercio e innovación. Su impacto va más allá de la reputación: puede redefinir relaciones comerciales, incentivar reformas legales y movilizar inversiones o sanciones.
México, al entrar en la lista prioritaria, enfrenta una ventana crítica de oportunidad. El cumplimiento de sus obligaciones en el T-MEC, la modernización institucional, la aplicación de nuevas tecnologías y la cooperación con sus principales socios comerciales serán determinantes para evitar consecuencias económicas y jurídicas de mayor escala.
En el panorama global, la tensión entre enforcement y acceso seguirá marcando el debate. Mientras EE.UU. insiste en elevar los estándares de protección, países emergentes reclaman flexibilidad para fomentar la innovación local, proteger la salud pública y competir en igualdad de condiciones.
El verdadero reto será encontrar un punto de equilibrio que reconozca la importancia de proteger la propiedad intelectual sin excluir a quienes más necesitan acceso a tecnología, cultura y medicamentos. La gobernanza de la PI en el siglo XXI dependerá de la capacidad de los países para diseñar sistemas justos, adaptativos y sostenibles.
El reloj corre: para los nuevos países designados como prioritarios, como México, el año 2026 marcará no solo una evaluación técnica, sino el resultado político de sus decisiones presentes.